Estar en los propios zapatos
Estar en los propios zapatos (o ir descalza en el Metro de Madrid).
Tenía un día de locura. Esos en los que te levantas dos horas antes de que empiece a funcionar la ciudad, y ya vas tarde!
Al mediodía, además, tenía que estar en una radio para una entrevista.
Paré todo, Me duché, maquillé… me miré al espejo.
Me encanta vestirme glam, pero con deportivas en los pies. Para poder correr, moverme como un ser libre.
Los tacones son algo que no puedo usar en un día de calle, porque suelo correr bastante, y con tacones eso no se puede.
Me crié en un barrio con casitas, árboles y parques y tengo dos hermanos varones. Los tacones entraron muy tarde en mi vida y tampoco es que sean el estado ideal del cuerpo humano.
Los tacones son algo que no puedo usar en un día de calle, porque suelo correr bastante, y con tacones eso no se puede.
Me crié en un barrio con casitas, árboles y parques y tengo dos hermanos varones. Los tacones entraron muy tarde en mi vida y tampoco es que sean el estado ideal del cuerpo humano.
Pero... me miré al espejo y me apeteció verme con tacones.
Me los puse, de todas maneras sólo iba en taxi a una entrevista "voy y vuelvo", pensé.
EVIDENTEMENTE no fue así. Empecé a recordar cosas que tenía que hacer en un sitio y otro, me lié buscando cosas para el espectáculo que estrenaremos el martes, pasé por el teatro a buscar unas cosas y me dieron una caja con flyers para que la compañía pudiese disponer de ellos.
Como soy ansiosa, y los vi tan bonitos, me los quise llevar y cogí la caja.
Pesaba unos quinientos kilos. Eso pasa con los flyers bonitos: brillan, lucen, son bellos... y pesan a razón de un kilo cada uno.
Eran ya las 3pm y mi cuerpo sentía que eran ya las doce de la noche. Y allí estaba yo cargando con la caja, con hambre y sueño y los pies pidiendo una tregua.
Cogí el metro, me senté. Y en las ventanillas de enfrente vi mi reflejo. Mi cara era... un poema! Los pelos se habían rebelado (en Madrid el viento estaba de fiesta) y el rimel iba por libre.
Me dolían los pies. Mucho.
Allí mismo me quité los zapatos (que eran cerrados y me permitían llevar calcetines).
Metí el calzado en el bolso. Y más a gusto que un arbusto, bajé del metro en la estación de mi casa, sonriente, festejando el contacto con el suelo. Iba por los pasillos, descalza y los ojos de la gente me seguían (en realidad, seguían mis pies).
Al llegar al semáforo y estando de pie en el paso de cebra en calcetines y abrigo de invierno, sí que noté cómo me observaban desde la acera de enfrente, y todos los que miraban hacia el suelo, al cruzarse conmigo, levantaban la cabeza con un respingo.
Pero llegué a casa ya relajada y riéndome sola, justo a punto para hacer las entrevistas con La Razón y El Mundo, y salir corriendo a ensayar con mis cabareteros guapos.
FOTO: Mis piececitos libres en el Metro de Madrid!
Pues yo voy muchas veces descalzo en verano por Madrid creo que soy el unico
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