Soy Pía Tedesco.
Nací en Buenos Aires, me crié en un hogar disfuncional, como casi todo el
mundo y llegué a España hace quince años con dos maletas y 100 dólares que me
regaló mi tío. Venía a visitar a mi madre, no conocía a nadie más. Y mi madre,
vivía en un pueblo de la Sierra de
Gredos, en donde llamábamos “atasco” al encuentro de dos vacas en una esquina.
Hace unos días estaba cenando con amigos. Uno de ellos, Ugo, que es
sumamente inteligente y analítico, hizo la siguiente observación: “Todos
estamos varados en algún momento de nuestra veintena, un momento de juventud al
que volvemos con el pensamiento de manera recurrente y que no dejamos ir. Un momento en el que éramos felices sin más. Y
eso es lo que terminamos buscando siempre en nuestra vida cuando buscamos la
felicidad.”
Yo soy muy observadora y ya que intento trabajar desde la mayor
honestidad en el escenario, trabajo mucho en la auto-observación, así que
empecé a buscar mentalmente ese momento del que Ugo hablaba. Y no lo había, no
lo encontraba. Todos en la mesa hallaron ese momento de la veintena, pero yo
no. Entonces dejé de buscar en mis veinte años, y navegué entre mis recuerdos de toda la vida hasta que encontré ese
instante mágico: ese momento era yo, a
mis siete años, jugando con mis hermanos y mi padre en el jardín de casa.
Esa sensación puedo revivirla fácilmente, hubo muchos de esos momentos
desde mis cinco a mis ocho años: verano, sol… nosotros bajo los árboles del
jardín, mamá dentro leyendo o preparando la comida y nosotros riendo, jugando y
escuchando en la radio la música que mi padre ponía siempre: jazz y música
clásica.
Allí vuelvo a menudo con mis recuerdos. Me di cuenta de que en esa cena
de amigos, varios de nosotros nos dedicábamos a algo que nos conectaba con ese
momento mágico.
“¡Yo me dedico a las artes escénicas y la música! Y eso, muchas veces, es puro juego.” dije inmediatamente.
Uno de mis mejores amigos que estaba allí dijo: “es cierto, siempre estás
jugando y juegas en serio, como un niño que se zambulle en lo que está
haciendo, lo disfruta y al que no le importa nada más.”
Sí, es así. Y me gustó muchísimo que mi amigo Juan, pianista genial, me
viese de esta manera y me lo dijera. Eso significa tres cosas: que estoy
conectada a lo que me hace feliz y a quien soy, que lo dejo ver sin esconderlo,
y que me rodeo de gente que lo aprecia.
Esa es la clave: sentirse apreciado por lo que uno es en su ser más
íntimo. Todo lo demás nos desconecta del mundo, y la desconexión (con uno y con
los demás) es LA causa de la
infelicidad.
Y dado que para ser buenos en nuestro trabajo, hay que dedicarle mucho
más que ocho horas diarias, lo más inteligente que podemos hacer, es trabajar
en algo que nos conecte con lo que realmente somos.
Si ya hemos escogido un trabajo, y no es (por ahora) el trabajo de
nuestros sueños, tenemos dos opciones sanas: cambiar de oficio o hacer algo
para que lo que hacemos se convierta en algo que nos apasione hacer.
Existen maneras, siempre, de mejorar el sitio en el que estamos y
convertirlo en algo personal, en algo que nos estimule y que nos conecte con
los demás desde un sitio honesto.
Pero si esto es lo que nos gustaría hacer a todos ¿ por qué no lo
hacemos? ¿Por qué nos quedamos en lugares que nos hacen infelices y nos alejan
de lo que amamos?
Por algo muy sencillo: la vergüenza, el miedo, o, como lo llama Julia
Cameron: el “Complejo de fraude”.
(continua en la Segunda Parte: ALL YOU NEED IS LOVE )
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